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Un amigo bastante anacrónico me regaló ayer una golosina que después de vaya uno a saber cuándo no probaba: la vieja, querida y gloriosa Holanda. Duró poco envuelta y mucho menos desnuda. ¡Todavía la siento arruinando mi dentadura!
Ahí nomás vino a mi mente el recuerdo de la populosa kermesse de San Roque, en esas largas y frías noches entre voceadores y golosos.
Luego de mucho penar, pude conseguir la fecha de inauguración de este año: el 16 de agosto. Querido puñado de lectores, faltan cuatro largos meses aún pero igual largo la invitación: ¿a qué número piensan apostar por una caja de Holandas?
Ahí nomás vino a mi mente el recuerdo de la populosa kermesse de San Roque, en esas largas y frías noches entre voceadores y golosos.
Luego de mucho penar, pude conseguir la fecha de inauguración de este año: el 16 de agosto. Querido puñado de lectores, faltan cuatro largos meses aún pero igual largo la invitación: ¿a qué número piensan apostar por una caja de Holandas?
Ya se que para muchos esta información es obsoleta. A mí me golpeó. Sucede que hace unos días pasé por la esquina de las calles San Martín y Salta, en la capital tucumana. La realidad superó la ficción: la heladería Sasor, valuarte de las copas heladas en una provincia que necesita decenas de toneladas cada verano, no existe más. Las ofertas neo sobre el cucurucho llevaron a esta casa, que debía tener no menos de 20 años, a bajar la persiana.
Se que a varios amigos gordos se les piantará un lagrimón.
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